domingo, 16 de enero de 2011

El niño tirano


A mí me encanta pensar que cuando sea abuela, todo será más fácil, ya que podré amar y disfrutar de mis nietos, sin la carga de ser yo la responsable de su educación (aunque algún consejillo o recomendación salga de mi boca). Como padres tenemos un papel importantísimo que cumplir, nadie nos puede suplir en ello y los niños no pueden ni saben educarse solos.
Es lamentable llegar a una situación en la que nuestro hijo puede pasar de ser aquel principito encantador que reina en nuestros corazones, al niño maleducado, que gobierna nuestra vida con tiranía, que nos maltrata verbalmente, que nos deja en evidencia, que nos chantajea emocionalmente y que cada vez se aleja más de nosotros porque no ejercemos ninguna autoridad sobre él, y tampoco despertamos sus afectos porque no nos tienen ningún respeto.


El niño tirano es aquel que se muestra caprichoso, que tiene una baja tolerancia a la frustración, que amedrenta a sus padres mediante pataletas en público y amenazas cuando no consigue lo que desea (sea o no conveniente para él), sus demandas son constantes, su desobediencia absoluta, y no para de retarnos para saber hasta dónde estamos dispuestos a ceder. Desde luego, lo mejor es atajar cuanto antes esta indeseable conducta y, en ningún caso dejarnos llevar por una permisividad excesiva con nuestros hijos.

Está claro que para ofrecer una buena educación a nuestros hijos, alguien tiene que capitanear el barco de nuestra familia y este alguien somos los padres. No debemos confundir autoridad con autoritarismo. Ejercer sabiamente la autoridad con nuestro hijo es fundamental, ya que la autoridad no es algo irreflexivo, ni impulsivo, ni de poder desmedido, no se trata del padre en un pedestal de omnipotencia, ni el ejercicio de un poder desmedido o de represión hacia nuestros hijos, la autoridad supone para los padres una tarea ardua y penosa, es madurez y responsabilidad (sin descanso ni fines de semana de vacaciones), para hacer de nuestro hijo un individuo lo mejor posible, sin abandonar por ello, nuestros afectos, cercanía y confianza con él. El ejercicio de la autoridad natural del padre hacia los hijos no está reñido con el amor y el cariño, con la comunicación con ellos y con nuestro disfrute de la paternidad.

Mi suegra me dijo en una ocasión: "yo nunca me he considerado amiga de mis hijos, siempre he sido su madre". Con ello, no quería decirme que nos les haya demostrado su amor, si no que precisamente porque amaba a sus hijos, ha ejercido su papel de educadora y no el de "un igual" o amigo. Parece claro que sin unos límites claros y unas normas que cumplir la sociedad iría de cabeza y los pequeños tiranos saldrían de debajo de las baldosas.

Patro Gabaldón. Redactora de GuiaInfantil.com